Crítica en La agenda Por Natalia Laube
“Solamente nosotras dos entendíamos las implicancias totales de la vida de bailarina en la que me habíamos metido, y por más que les explicásemos a los demás los horarios, los esfuerzos, los dramas, los progresos, había un desgarro y una épica intransferibles”, escribe Florencia Werchowsky en “Las bailarinas no hablan”, segunda novela de su autoría que en 2017 publicó Reservoir Books. En aquel libro, la (hasta entonces) periodista y escritora narraba todos los detalles de sus años de formación como bailarina en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Tiempo más tarde, “Las bailarinas no hablan” inspiró una obra de teatro que se estrenó en el Centro de Experimentación del Teatro Colón. Adaptada y dirigida por ella misma, esa obra abrió un mundo para Florencia, el del teatro sobre ballet, explorado en una saga que siguió con Danza de los estados y ahora se completa con Dos bailarines desnudos.
Si en un principio el foco de su trabajo estuvo en contar su(s) propia(s) historia(s) a través de la literatura o en formato escénico, en sus últimas creaciones Florencia puso todo lo aprendido al servicio de contar las vidas de otros, quizá como una suerte de continuación por otros medios de su faceta periodística. En Dos bailarines desnudos, que puede verse por estos días en el esplendoroso Centro Cultural 25 de Mayo, el eje está puesto en el vínculo de los bailarines clásicos con sus cuerpos y la lucha constante por mantenerlos siempre bajo control a través de dietas y entrenamientos. Si los sucesos que se narran tuvieran que plantearse en clave de buenos y malos, podríamos decir que el gran enemigo que construye la obra es el azar: los imprevistos pueden ser material que potencie otros lenguajes artísticos, pero en el ballet todo lo que escapa al control es un pecado que debe ser combatido con uñas y dientes. “Creo que a los seres humanos en general nos asusta lo impredecible. Ahora, durante la pandemia, lo vimos de forma clara: la incertidumbre que trae el azar, no poder hacer planes, es vivido con mucha angustia”, piensa Florencia. “El entrenamiento al que los bailarines se someten con muchísima dedicación lo que busca es minimizar la posibilidad de acción del azar, sacarlo de juego, porque el propio lenguaje así lo exige: los coreógrafos son los grandes creadores del ballet, a quienes les debemos todo, el bailarín es un mero soldado de esa creación. Y las coreografías de estos grandes maestros no contemplan ninguna circunstancia de azar. Un equívoco es vivido siempre como una fatalidad”.
Con algunos clásicos recursos del teatro documental –la enumeración de anécdotas, la proyección de fotos y videos familiares, reenactments– y otros importados, por ejemplo, de la televisión –una voz en off al estilo de la de Cupido, a cargo de Alejandro Quesada, coequiper de Florencia en la dramaturgia, que por momentos oficia de voz de la conciencia–, Dos bailarines desnudos repasa los hitos corporales de dos bailarines en distintos estadios de su carrera. Luciana Barrirero tiene 39 años, hace 30 que baila, mide menos de un metro sesenta y a lo largo de su vida su peso fue variando, aunque siempre fue lo que nosotros, los comunes, consideramos muy bajo (llegó a lastimarse por someterse a dietas restrictivas y bailar deshidratada). Es hiperlaxa y debe tener cuidado con ciertos movimientos porque con frecuencia se le sale un brazo. David Gómez tiene 31 años y es sordo de un oído. Llegó a la danza mucho más tarde, empezó a tomar clases a los 17 y se convirtió muy rápido en bailarín profesional gracias a unas condiciones físicas excepcionales. Dice haber sido un chico gordo, pero los espectadores saldremos del 25 de Mayo sin poder comprobarlo: destruyó todas sus fotos de esa época.
En escena (a cargo, igual que las luces, de Santiago Badillo), estos bailarines sí hablan, y tienen mucho para decir. También, por supuesto, bailan la música compuesta por Diego Voloschin o algunas melodías interpretadas por el propio David en el piano. Y, ya sea desde el movimiento o desde la palabra, reflexionan sobre lo que sus cuerpos son capaces o incapaces de hacer, piensan en ellos como maquinarias que posibilitan y limitan. “Lo primero que hicimos fue armar un gran cuadro sinóptico con los hitos de los cuerpos de ambos bailarines, sus proezas, cosas que ellos consideraban que les faltaban, cosas que ellos consideraban que les sobraban”, cuenta la autora y directora. “Ese cuadro era medio como un chiste al principio, y después notamos que nos funcionaba: vos les mencionás a los chicos cualquier parte de su cuerpo y tienen mil cosas para contar. Decís ‘uña’ y arranca la catarata de recuerdos. Después, fuimos eligiendo qué anécdotas quedaban en la obra más por lo que se armaba cuando ellos las contaban que por su contenido. Nos resultaba importante que pudieran ponerle un tono, una carga a eso que contaban”. Esa búsqueda obsesiva por lo genuino está presente en cada escena.
Paradojas pandémicas mediante, la obra se ensayó mayoritariamente “sin cuerpo”. Dos bailarines desnudos fue tomando forma a lo largo del año pasado, de forma virtual. Cuando actores, dramaturgos, productora y equipo técnico se encontraron por primera vez, en el marco de la residencia del 25 de Mayo para la que habían sido convocados, ya tenían un trabajo casi armado, sólo había que hacer que funcionara en una sala para eso que ahora llamamos “teatro presencial”. Quizá esa distancia inicial con el espacio escénico –o quizá la propia inteligencia de los intérpretes, que desarrollaron la capacidad de mantener una sana distancia con su profesión–, es la que permitió que David y Luciana puedan hablar de sus heridas (las del cuerpo y las otras) con humor y sin echarle la culpa de sus obsesiones al rigor de su formación, lo que hubiera sido probablemente el camino más sencillo. “No es fácil que los bailarines se rían de sí mismos”, dice Florencia, que conoce el mundo del que habla a la perfección. “La tradición del ballet es muy sólida y goza de un status, por lo que en general está muy cargada de solemnidad. Y creo que en David y en Luciana encontré a dos bailarines distintos, con mucha capacidad para mirar lo que hacen desde un lugar nuevo”.
Dos bailarines desnudos se presenta los lunes a las 20.30 hs en el Centro Cultural 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444). Las entradas ($450) pueden comprarse por Alternativateatral.
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