Por Bruno Lazzaro
A la vera de una ruta provincial. Allí donde se acumulan las cruces rojas y los puestos de sandías. Donde una pareja juega a ser eterna bajo la sombra de un árbol copetudo. Ahí, a un costado. Al margen de esa línea de tiempo sin dirección. En el preciso momento en el que empieza o termina un pueblo. En las afueras. En ese lugar donde ni los radares pueden pinchar desde el cielo alternativo de una red social. Allá o acá, en Neuquén –por la ruta 6–, Ñanco tuvo un sueño. Y se volvió realidad con el mejor eslogan posible: “Ayudamos a poblar la Patagonia”.
Se iban los ’70, y un telo parecía una de las mejores opciones que tenía un militante peronista para sostener la economía familiar. Claro que el viento no siempre sopla a favor. Y más, si el marco que sostiene la pintura es uno de esos típicos pueblos de clase media en los que un acto de esta naturaleza puede alcanzar la categoría de herejía. En ese escenario creció Florencia Werchowsky, la hija de El telo de papá –Reservoir Books–. La voz que narra, desde la ficción –aunque en tono personal–, la vida de una niña sindicada que va creciendo con el trabajo de su padre como marquesina en un verdadero infierno grande. Basta con que la autora recuerde cómo, en una oportunidad, un grupo de testigos de Jehová se juntó en la puerta del albergue transitorio para manifestarse en contra del Cu Cu. “Fue un piquete religioso. Realismo mágico. Sacaron las guitarras y se pusieron a cantar sus canciones”, revive Werchowsky, quien trabaja de publicista en México, donde se fue a vivir hace tiempo luego de desarrollarse como periodista en diferentes publicaciones argentinas.
–En el libro le agradece a su familia por dejarla tergiversar la historia a su antojo. ¿Qué tan dulce fue ese antojo?
–Muy. Es tergiversación pura. Está mi innegable infancia en el telo y su contexto. Pero el resto es una gran decoración de esa realidad, condimentada a los fines narrativos. Lo que se lee, les puede haber ocurrido a otras personas en diferentes telos del mundo. Sobre todo es ficción.
–¿Cómo nace la idea de sentarse a bajar su propia historia en formato de ficción?
–Siempre me gustó escribir, pero nunca me sentí madura o preparada para llevar adelante un proyecto como este. Por eso, con mis pequeñas ambiciones literarias, me propuse escapar de la presión de la publicidad para cambiar mi dinámica profesional. Y pensé en esa biografía que siempre despertó interés. Porque muchas de las historias que relato en el libro las venía contando en eventos sociales.
–El telo siempre conlleva una buena anécdota.
–Es que telo mata a cualquier otra cosa. Al momento de sentarme a escribir sabía que la temática era esa. Que tenía experiencias vividas que se podían compartir. Fue algo supernatural.
–En una librería, ¿a qué sección lo iría a buscar?
–Es difícil, porque lo ubican en diferentes categorías. Está en los lanzamientos de autores desconocidos, que es un grupo que excede los géneros. Pero también lo ponen al lado de las Cincuenta sombras de Grey. Calculo que porque te calentarás leyendo ese libro y después garpa la propuesta de telo (risas). Yo lo iría a buscar a ficción, a narrativa latinoamericana.
–¿Cómo fue el proceso de ordenar los recuerdos?
–Hice un poco de todo. Viajé al Sur a grabar a mis papás porque necesitaba recordar y tapar algunos agujeros de mi memoria. También hablé mucho con mis hermanos, pero sin decirles que los estaba grabando y así usar todo lo que me dijeran a mi favor.
–¿Le ayudó a redescubrir su infancia?
–No, el proceso me ayudó para animarme a mentir en el buen sentido. Porque la ficción, en un punto, tiene que tener una base sólida o real para que uno pueda inventar de manera cómoda. Me parece que mientras más sólidos son los datos de la realidad, más sólida es la ficción.
–La niña que hace las veces de narradora tiene una voz adulta y fuerte. ¿Cómo vivió esa época con la mirada del otro siempre encima?
–Fue una infancia muy sana. La recuerdo con cariño. Estábamos muy contenidos en casa. El conflicto era la sexualidad del pueblo. Esos pequeños prejuicios del exterior nos ayudaban a ser más fuertes entre nosotros. Nos hacían sentir más como un equipo.
–En el libro, Ñanco se lleva todos los premios. ¿Cuánto de real hay en el personaje de su padre?
–Todo. Él se siente superorgulloso de todo lo que hizo. En la presentación del libro hizo un stand up y después terminó firmando los libros él. Es muy gracioso y seductor y siempre tuvo la capacidad de atraer personajes a su alrededor. Es un gran entretenedor.
–En el prólogo la definen como una Mafalda que podría liderar a Los Auténticos Decadentes.
–También me compararon con Paris Hilton. Pero esa es una coincidencia graciosa. Las dos tenemos nombres de ciudad y nuestros padres tienen un motel (risas). Con lo de Mafalda me siento halagada. Me parece que soy un poco más alta, pero liderar a Los Auténticos Decadentes sería un sueño hecho realidad porque los amo. Les voy a mandar un mail para ver si hacen una canción del libro.
–¿Qué queda de esa clase media de pueblo en la que pone el foco?
–Creo que haberme ido a los once, y no volver más, me ayudó a que mi última imagen fuese esa. Pero sé que hay costumbres que perduran más allá de cómo haya avanzado la sociedad en diversas cuestiones. Sigue habiendo un montón de prejuicios y sigue siendo una sociedad que se mira muy para adentro porque es un pueblo. Y los chismes son una modalidad para socializar que no caduca. ¡Ojo! Por ahí ahora hacen grandes orgías.
–¿Cómo fue en su caso ir por primera vez a un telo?
–Casi no fui a telos. No tengo entrenamiento y nunca lo necesité. No me despierta curiosidad y no me siento muy cómoda. Es un terreno en el que soy bastante ignorante, entiendo que no es lo que se espera de la hija de un hombre que tiene un telo (risas).
–El telo aún funciona. ¿Sabe si el libro modificó su concurrencia?
–Supongo que no. Se mantiene un tipo de afluencia desde hace muchos años. Es un punto medio estratégico. Pero no creo que la gente del telo de mi viejo sea la de El telo de papá. No creo que compartan público.
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