Por Leticia Pogoriles - Agencia Telam
En su primera novela El telo de papá, Florencia Werchowsky recrea una versión libre de su vida y moldea una época desde las historias que se cocinaban alrededor del primer albergue transitorio de la Patagonia, cuyo dueño sigue siendo su padre.
“¡Andá al telo de tu papá, puta!” fue el grito de un compañero cuando la niña Florencia se dio un piquito con su novio en pleno recreo, frente a todos.
La frase fue el cimbronazo que despertó la conciencia —aún inocente— de una realidad diferente que años más tarde se convertiría en una novela donde la joven desmonta, sin sordidez, una época marcada primero por las prohibiciones y luego —con la llegada del menemismo— por el desenfreno del consumo.
El hotel Cu-cú sobre la ruta 6 en las inmediaciones de Neuquén es el hilo conductor por donde se mecen amantes clandestinos atrapados por la nieve, la doble moral de vecinos que predican su espanto, casamientos, divorcios, engaños, embarazos, reuniones de militancia camufladas en cumpleaños, la foto con Carlos Menem y la decepción siguiente y Ñanco, el hombre empecinado en un llevar adelante un “ne-go-ci-ón” como bandera de la libertad.
Publicado por Random House Mondadori, El telo de papá primero llama la atención por el arte de tapa a cargo del Doctor Alderete, pero afortunadamente no deja rengos a los lectores, Werchowsky, de 32 años, que se autodefine como “una mini Paris Hilton de la Patagonia”, revisa con ojos de niña su propia historia y la plasma con una narrativa potente que espera llevar al cine.
Télam: ¿Cómo surge la novela?
FW: Siempre había contado historias del telo en eventos sociales, porque el hecho de que mi papá tenga uno era atractivo, así que cuando tuve que pensar un proyecto literario lo tenía a mano. Muchas de las historias las había contado y otras las había inventado, pero nunca nadie chequeó la fuente, aún así fue necesario edulcorar porque la realidad es crudísima.
T:¿Por ejemplo?
FW: Tuve que disimular porque hay mucha intimidad familiar involucrada y procuré no exponer demasiado. Hay detalles escatológicos que son innecesarios, sino este libro sería muy Bukowski, pero en el mal sentido.
Mis papás fueron muy vagos con algunos otros detalles y repuse los baches con las telenovelas que vi en mi vida. Este libro es una versión libre de la realidad y como todos saben que es ficción no se sienten expuestos, ni heridos. Es una autobiografía ficcionada o una ficción autobiográfica.
T: Pero al ser en primera persona, usted se expuso…
FW: El problema no fue exponerme, sino el desafío de ser honesta con eso. Uno quiere hablar de sí mismo y quedar intelectualmente preparado para todo.
Al momento de ser un personaje lo que más me costaba era mostrarme con fallas como soy en la vida real. Fue duro ceder el ego en función del resultado literario.
T: ¿Cómo es ser la hija del dueño del único telo de la región?
FW: Es una mochilita que cargo y tuve que escribir una novela para exorcizarla. Siempre me gustó seducir a la audiencia contando historias, entonces crecí con eso, no era un estigma. El contenido me marcaba más que el formato.
Yo era una mini París Hilton de la Patagonia, con eso podía vivir, pero el contenido sobre lo que no se dice o lo que los adultos murmuran era polémico para una niña.
T:¿Cómo define esa sociedad patagónica donde creció?
FW: Es un pueblo de provincia que siempre me pareció más atado a sus propios prejuicios y condenado a su pasado, pero al mismo tiempo son más libres en otros aspectos porque tienen naturalizadas conductas respecto de los demás, que por ahí en Buenos Aires es más distante.
T: ¿Qué lugar ocupó un telo en una sociedad así?
FW: Fue un quilombo. Desde el momento en que mi papá lo abrió en una etapa sociopolítica muy brava (fines de la dictadura) había pocas libertades y muchos prejuicios. Ellos eran militantes peronistas y estaban muy activos para que las libertades humanas no se durmieran frente a todo lo que la dictadura aplacaba.
Mi papá lo vivía como una gesta económica. Era un negocio que nos iba a salvar, pero que al mismo tiempo iba a plantar bandera en un pueblo chiquito y pacato. Las personas tenían que tener libertades y disfrutar de su sexualidad en un telo y eso estaba bien. Hasta hoy lleva con su orgullo esa bandera.
T: Hubo una intencionalidad de contar los 90, ¿a qué se debió?
FW: Es la década donde se formó nuestra personalidad, fue muy desordenada y con valores rarísimos. En casa éramos consecuentes respecto de la década anterior, pero algo se había desbocado y se les iba de las manos, como el consumo, la voracidad y el egoísmo.
De todas formas, las partes de la política y del país justifican las conductas de mi papá para no hacerlo quedar como tan loco. El intentaba balancear lo que pasaba con lo que él quería para su familia.
T: Bueno, sigue manteniendo el telo…
FW: Eso hay que explicárselo a toda la gente que lo sigue cuestionando. Ahora parece absurdo, pero en su momento tuvo mucho peso social. En plena adolescencia, me enteraba de gente que debutó en el telo de papá. Era el único y era necesario.
T: Para usted, ¿en casa de herrero, cuchillo de palo?
FW: Sí, fui tres veces a telos y una vez a acompañar a un amigo que no tenía cable y quería ver un partido. Yo me quedé sentada. Cero experiencia.
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