24 Aug 2017 / Por Florencia Vercellone
Sólo quien haya pasado, sobrevivido y honrado el universo del ballet profesional puede dejar testimonio de lo que significa ser una bailarina. Sólo quien haya sentido al mismo tiempo placer y dolor por hacer lo que se hace, puede dejar señas a futuro, de lo que significa posponer todo en la vida, para subir a escena en una función.
Por eso el libro “Las bailarinas no hablan” impacta desde el primer momento. Es una de ellas, una de esas niñas luego adolescentes y jóvenes, las que se sale del encierro que significa muchas veces pertenecer al cuerpo estable de un teatro, para narrar lo que sienten y callan quienes sólo expresan con el cuerpo. Y quizás desde esa contrariedad, de contar con el cuerpo pero ser al mismo tiempo esclava en silencio por él, es que parte Florencia Werchowsky para relatar de manera íntima la vida de una bailarina del Teatro Colón desde sus inicios.
De principio a fin esta historia narra temporal y cronológicamente hechos, de manera retrospectiva, y en cada ocasión va hilvanando a personas, espacios y situaciones que al mismo tiempo retratan el devenir de un país.Una niña de 11 años parte de su ciudad natal en el sur argentino de la mano de su madre con un sueño por cumplir: ser bailarina del Teatro Colón. No sabe que esa fantasía le generará un sinfín de frustraciones, le generará conflictos internos, la llevará al límite de su propia voluntad, y por supuesto le marcará su destino. Es ella la que está eligiendo, aunque por supuesto uno a los 11 años –salvo en escasas excepciones- no es capaz de señalar qué es lo que realmente quiere para su vida.Sin embargo, las carreras artísticas parecen no saber de infancias y adolescencias y muchas veces se paran frente a talentosos niños y padres exigentes haciéndoles creer que el tren pasa una sola vez.Quizás Florencia, esta niña que había quedado embelasada de su primera profesora de danza, pensó justamente eso y por eso dejó familia, amigos y un futuro parecido al de muchos, para convertirse en una bailarina con mayúsculas. Y lo consigue.
Pero no es propósito del libro demostrar esto, sino develar lo que siempre queda solapado en la vida de aquellos que triunfan en los escenarios. Hoja tras hoja “Las bailarinas no hablan” se esmera por contar cuáles son las exigencias, los mandatos, las obligaciones, las censuras y las humillaciones que muchas veces deben vivir esos cuerpos esbeltos, casi etéreos, que vemos brillar envueltos en tules y subidos a zapatillas de punta. Porque Florencia nos invita a hacer foco no en esas zapatillas rosadas de cuero, sino en los callos y lesiones que le han generado a lo largo de tantos años.
Pero hay algo más.
La niña que sueña con ser bailarina deja de serlo y crece dentro del teatro Colón como crecieron a fines de los `90 y principios del milenio los conflictos sociales y laborales en nuestro país. Florencia, que ¿fue? bailarina y después trabajó como periodista supo reconocer en todo su periplo cómo las coyunturas políticas terminan calando hondo en cada uno de nosotros y nos convierten en causa y consecuencia de los hechos. Por eso el libro, además de seducirnos con su temática, nos mantiene en hilo hasta el final, porque no sólo querremos saber qué le pasa a una bailarina que sigue soñando ser estrella cuando sus 30 años se amontonan en el documento sino también estaremos ansiosos por entender cómo se resuelven las internas de uno de los espacios artísticos más importantes del mundo.Dice Werchowsky: “de eso se trata el ballet: de una persona doblegando los pesnamientos ordinarios de otra a fuerza de misterio, con una herramienta rara y específica que se forma a medida que se aprende a usar y se blande de manera personal, el arte le es propio a cada artesano y se manifiesta en una lengua común que cada uno pronuncia como le sale o como quiere”.Para la autora fue fácil aprender desde pequeña que “Las bailarinas no hablan”, por eso después de que todo pasa, hablar se vuelve una necesidad. Con ritmo constante y una prosa personalísima que equilibra en justa medida humor y drama, este libro es un libro para repensar los mandatos a niños prodigios, la inquebrantable voluntad de padres exigentes y la política cultural de un país en crisis constante.
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