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Historias en "El telo de papá".


RESEÑA EN INFOBAE


Florencia Werchowsky invita a recorrer sus recuerdos de niñez y adolescencia como hija del dueño del único albergue transitorio del pueblo. Cómo vivió esos años entre las habitaciones y lugares prohibidos, detrás de un mundo oculto para los usuarios.

 

Por Fernanda Jara

En una exquisita mezcla de ficción y memorias encontradas, Florencia Werchowsky describe un mundo adulto de sábanas usadas, sexo, un armario con una puerta prohibida y descubrimientos que la acercaron al mundo más frágil de los adultos de un pequeño pueblo de la Patagonia.



Fue un primer beso con su novio de la infancia el que despertó un grito “guarango” que la hizo relacionar ese beso con el negocio de su papá: “Nunca había relacionado esos mundos hasta que ese grito guarango me abrió los ojos de la manera más cruda e infame. Hasta ese momento no me había hecho falta ponerle palabras al negocio que nos daba de comer. Yo sabía pero no sabía. Entendía sin verbalizar. En casa me habían enseñado que, si alguien me preguntaba de qué trabajaba mi papá, yo tenía que decir ‘comerciante´y con eso nos alcanzaba“, relata Florencia.


Y continúa: “Siendo tan chico el pueblo, cualquiera que le hiciese esa pregunta a una criatura cuyo padre es el dueño del único telo, se ganaba el rótulo de guacho(…). Claro que a mí no me alcanzaba con decir ‘comerciante’, se me hacía impreciso, pero tampoco estaba en condiciones de planteármelo porque necesitaba un salvoconducto y mi única fuente de eufemismos eran mamá y papá”.


Su padre era el dueño de Cu-Cú, un hotel transitorio de doce habitaciones, con televisores colgados en las paredes que continuamente reproducían películas eróticas, que para esa niña no eran más que imágenes “de culos que se movían”.


Cuenta también la historia de su primer amor, Diego, un compañero de grado que, luego de romper con ella, no tuvo mejor idea que “debutar” con una chica en el “telo” de su padre.


Su furia por esos episodios, las historias de sus amigas, las de los habitantes de todo un pueblo que pasaron a intimar por el negocio de la familia son contadas en este libro.


“¿Qué es un motel de pueblo sino una máquina sordomuda de chismes que hila el mapa local de infidelidades y dobles vidas? ¿Quién mejor que la hija del dueño para ocuparse de la trama y descubrir lo más miserable tras la excesiva desodorización?”, dice la contratapa de este texto atrapante tanto por su historia como por su narrativa, que hace soltar más de una risa.


Lejos del erotismo, la autora no deja detalle de lado, pero desde su óptica de niña que, sabiendo lo que pasa a su alrededor, evita que los adultos sepan lo que ella sabe.



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