“El telo de papá”, primera novela de Florencia Werchowsky, recrea la historia de un motel en un pueblo de la Patagonia, a la vez que retrata sus marcas de época, las décadas de 1980 y 1990.
Por José Heinz
Un hotel alojamiento instalado en las afueras de un pueblo patagónico, el primero de su clase en la zona, examinado desde tres puntos de vista diferentes: el de su propietario, que lo ve como una inversión segura; el de los eventuales clientes, que ven finalmente satisfechas algunas de sus necesidades privadas; y el de la hija del propietario, que desde su mirada inocente no termina de comprender el negocio familiar, situación que dará un vuelco inesperado cuando un compañero de colegio le dedique un insulto levemente clarificador.
Ese tercer punto de vista es el que motoriza a El telo de papá, la primera novela de Florencia Werchowsky, en la que ese local apuntado a los amantes funciona también como un reflejo de su tiempo, con sus vaivenes económicos, sus síntomas políticos y los prejuicios de los sectores más conservadores. Una historia que presenta muchos puntos en común con la vida de la propia autora, porque la huella autobiográfica recorre todo el libro: ese telo familiar, un padre ocupado en la prosperidad económica y preocupado por las desigualdades sociales, los romances fugaces de la adolescencia, las infidelidades secretas de los adultos, la incursión de la protagonista en la danza clásica.
La prosa de Werchowsky es fresca, con expresiones modernas y coloquiales de ritmo preciso, una primera persona cuya ternura e inocencia van mutando a medida que la narradora crece y comienza a comprender mejor el mundo que la rodea. “La narradora es adulta, aniñada y un poco inocente, si querés, pero adulta”, explica la autora. “Construí ese personaje, esa narradora que lleva mi nombre pero que dice cosas que yo no diría y que siente cosas que no sé si me animo a sentir, hurgando, examinando un espejo interior. La clave fue no tener miedo a exponer debilidades, temores, confusiones”, completa.
–¿Hasta qué punto es autobiográfica la novela? El hecho de que la protagonista tenga tu mismo nombre y hayas incluido fotografías en algunas páginas condiciona la lectura. ¿Cuál fue la intención detrás de estas pistas? –Nunca se me había ocurrido escribir mi biografía, no me parecía ni me sigue pareciendo un buen plan. Yo escribí la historia del telo, una versión caprichosa, fantasiosa a veces. Y en esa historia, casualmente, estoy yo. Incluir fotos fue una idea del editor de la novela, Marcelo Panozzo, que me conoce de las redacciones en las que trabajamos juntos y sabía que había un archivo interesante de imágenes guardado por ahí. El hecho de ser la hija del dueño del telo del pueblo me condicionó siempre a moverme entre verdades y secretos, entre lo que sabíamos y callábamos en casa, me parece que el resultado le hace justicia a ese pasado: un poco real, un poco no, mucho compensado con fantasía para no exponer la verdad, que a veces no se puede digerir del todo.
–Un motel de pueblo resume bien eso del “infierno grande”. ¿Cómo lo viviste vos en su momento? –Para los demás, para los adultos ajenos a la familia, el telo podía ser la catedral satánica de ese infierno grande. Pero para mí era el negocio de mi papá. Desde muy chica supe qué tipo de hotel era. En casa éramos respetuosos pero descontracturados, nada solemnes. Creo que mis papás pusieron el foco en cómo hacer que mi infancia fuese más fácil respecto del afuera, de los prejuicios de los demás. Y nunca, nunca se hablaba de clientes ni de situaciones que pudiesen comprometer a alguien.
–Ñanco, el padre de la protagonista, representa una clase de peronista en extinción o, al menos, un tipo de militante que durante los 90 perdió el lugar que había ganado. ¿Tu papá leyó la novela? –Estuve siempre muy pendiente de su relación con la política porque se hablaba mucho de eso en casa, porque para él es un vínculo tremendamente emocional: su mamá lo crió idealista, combativo, sensible a las asimetrías sociales. Pero después de una relación larga, la política le rompió el corazón. Creo que está conforme con la manera en que retraté esa ruptura; si no, se hubiese quejado.
–Si bien es tu primera novela, tenías experiencia en el periodismo gráfico. ¿Habías publicado ficción antes? ¿Trabajás en otro proyecto literario? –Hace mil años, en otra vida, salió un cuento mío en una antología de escritores jóvenes. La ficción que vengo escribiendo desde chiquita siempre tuvo como única destinataria a mi mamá. No bien entregué la primera versión completa de El telo de papá a la editorial, arranqué con una novela en la que venía pensando.
–¿Hubo libros que te sirvieran de referencia para encontrar el tono del libro? –A ver: Cuentos reunidos, de Felisberto Hernández; El beso de la mujer araña, de Manuel Puig; Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, de Robert Pirsig; Lolita, de Nabokov; A un dios desconocido, de John Steinbeck.
–Tu experiencia como bailarina, con sus presiones y exigencias, ¿sirvió para aplicarlo en otro ámbito de la vida, como la escritura? –Por supuesto. La disciplina de trabajar solo, a conciencia, me acompaña en todo momento por más que no lo quiera y también me recuerda que hay que disfrutar, pasarla bien.
–¿Te parece que los hoteles alojamiento de antes tienen algún halo especial que con el tiempo se perdió? ¿Los telos modernos no presentan ese encanto? –Debería ir a telos para responderte con seriedad. Pero no voy, no fui, no tengo experiencia. Qué contradicción, ¿no?
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